Postales rayanas. Cozcurrita

Cuentan que en el Ermita de la Virgen del Castillo hubo una ciudad, que había un castillo de moros y que debía ser de tal riqueza que por tener tenían hasta una campana de oro. Hubo una guerra y viendo perdida la ciudad y no queriendo que el enemigo infiel gozara de llamar a la oración con tal lujo hicieron rodar la campana por aquel barranco, donde la Ribera de Fariza quiere al Duero. La despeñaron y fue a caer a un cadozo, a una poza grande de las que se forman en el arribanzo, y que tal es la hondura del cadozo que nunca fueron capaces de llegar al fondo y recuperar, ni campana, ni melena, ni badajo. Llaman al remanso el Cadozo de la Campana, y ni aún en las secas que vienen en septiembre se ha atisbado el brillo del oro. Hasta bajaron en tiempo de los abuelos a achicar el agua, que no tenía fin. Esto me cuenta Bernardo, el pastor, mientras apuramos el trago y cortamos el muerdo sobre la hogaza, sobre una lastra, almorzando en el son cansino de cencerros, el canto de la perdiz y el graznido de las chovas.

Cozcurrita se asoma al desfiladero. Es un pueblo humilde construido en la misma piedra que sostiene el cañón, las casas se pegan a la tierra y apenas asoman sobre las peñas y las encinas. Antes de que el progreso trajera el ladrillo, los revocos de colores y las altas balconeras de metal el viajero tenía que descubrirlo, ni siquiera la espadaña de la iglesia debía distinguirse sobre la arboleda. A la puerta del templo hay una moral, una moral de moras negras, una moral tan antigua como el mismo pueblo. A la sombra de la moral se juntaban los vecinos para discutir en concejo tras la misa de los domingos, allí se dirimían los conflictos, se acordaban las fajinas, los trabajos comunales, los acotados de los pastos y las batidas de lobos. Allí las mozas hablaban de amores y los rapaces se gallardeaban de los nidos que sabían. Las moreras de las plazas de muchos pueblos de Sayago son árboles que desde antiguo, probablemente en la época romana señalaron el lugar sagrado, como en otras comarcas lo hicieron el olmo, el tejo o el roble, algunas pudieran ser muchas veces centenarias.

Desde la iglesia se descuelga serpenteante un sendero hecho a base de la huella de las caballerías que va a la Ermita del Castillo. Una calzada empedrada a tramos y sostenida por paredes de piedra que desciende vertiginosa entre lo que fueron huertos, tierras de pan y patatas. El caminante en el tiempo de septiembre aún se puede regalar con un puñado de higos dulces como la miel o un áspero membrillo. En el hondo, para cruzar la Ribera, hay un pasadero de granito, cuando hay crecidas no se puede cruzar el arroyo y el paseo acaba en el Pisón. En el pisón se abatanaban las jergas, los tejidos de lana, de lana de las ovejas churras esquiladas en casa, hilada con el uso y la rueca y tejida en los telares del pueblo. Abatanar es dar consistencia a la tela. El tejido de lana se endurecía para que sirviera de abrigo, para proteger del agua, para que durara. Los paños se sumergían en unas pilas de agua y se endurecían a golpes con unos martillos grandes que eran movidos por la fuerza del agua, era una industria tan próspera como necesaria.

Cozcurrita por el oeste mira al Duero, al arribe, o arribas o arribanzo, que cada cual le da un nombre. Entre el pueblo y el río hay un enebral, un bosque antiguo que desde lejos pareciera formado de cipreses, un paisaje singular de una belleza conmovedora. El enebro, nebro, jimbro, jebrera o xenebreira es un árbol de porte flamígero, de hojas espinosas, densamente apiñadas. Con sus ramas se sostuvo la ganadería de cabras y ovejas, de sus falsos frutos carnosos comen las aves, los roedores, las raposas. Su madera es resinosa y extraordinariamente resistente a la pudrición, por eso sus fustes se podaron derechos para producir buenas vigas para construcción y producción de tabla. Es un bosque escaso y delicado, muy sensible al fuego, que avanza sobre el monte baldío, un valor a conservar. El enebral se recorre desde el pueblo por un camino cómodo. Merece la pena perderse entre la arboleda, descubrir las plantas y pájaros que cobija, estar atentos a la carrera del corzo, al ulular de los búhos reales, al vuelo de los buitres.

Cozcurrita (enebral). (FOTO: José Luis Gutiérrez, “Guti”).

El sendero que recorre el enebral se asoma al Duero y recorre, aguas arriba el cañón que en esta zona tiene una altura formidable. En las paredes del cañón anidan el águila real, el buitre y el alimoche. Desde la Peña de la Vela el panorama es fabuloso, de frente la orilla portuguesa formada de olivares antiguos, viñas y un monte bravo, la torre de la iglesia de Duas Igrejas, la ermita de Santa Bárbara, Cércio, se divisa hasta el Castelo y la torre de la Sê de Miranda do Douro. Al pie de la peña hay un caseto de carabineros, las ruinas de un refugio desde donde, en tiempos del contrabando se vigilaba el río. Antes de que hubiera embalses el río se cruzaba por vados y pasos de cuerda, a nado muchas veces. El antiguo negocio de comerciar sin aduanas ni impuestos. Por el río cruzaban el café, el tabaco, las telas, las herramientas, el ganado. También cruzaban los mozos al baile de la otra orilla y las mozas que, sin querer esperar licencias ni pasaportes se enamoraban del otro lado. Para bajar al río desde la Vela, el arribe de verticales paredes da una oportunidad. Un callejón, aquí le llaman colaga, un sendero imposible por el que malamente se puede uno sostener de pie pero que era el acceso de los ganados al pasto fresco de las honduras y de los hombres y mujeres al amor y al negocio.

Siguiendo el sendero al norte entramos en un territorio de cabreros y pastores donde el bosque se abre a base de fuego y hacha, aprovechando el refugio que del lobo y la helada dan los abrigos de las peñas. Hay antiguos corrales de altas paredes donde los ganados se acostaban, Peños Vinos, Los Quemaos, Viña la Pared, La Suliosa. Para proteger los cabritos y corderos mientas los rebaños careaban se construían chiviteros. Unos diminutos chozos de planta circular y cubierta generalmente de ramas y piedra donde se encerraban las crías a salvo de los zorros, águilas y lobos. También hay casitos, los refugios donde se guarecían y pasaban las noches quienes cuidaban de los ganados, los más antiguos. Son de planta circular y están construidos en piedra seca al estilo de las antiguas poblaciones castreñas, parecen llevarnos al principio mismo de nuestra historia como pueblo de pastores.

Esto todo se puede ver y entender en un paseo por Cozcurrita. Parque Natural de Arribes del Duero. Zamora.

José Luis Gutiérrez, “Guti”, narrador.

IMAGEN: Cozcurita (enebral). (FOTO: José Luis Gutiérrez, “Guti”).

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