Destino EF: Arribes del Duero, uno de los 50 lugares más silenciosos del mundo

Cada vez nos quedan menos lugares silenciosos en los que refugiarnos. Cuando la normalidad es el ruido y nuestro día a día está lleno de música a todo volumen, sirenas, tráfico y maquinaria de obra, los espacios apacibles en los que reflexionar y relajarnos van desapareciendo, con efectos notables en nuestra salud.

Gordon Hempton, el conocido ecólogo acústico, distingue entre “quietud” y “silencio absoluto”. El silencio total es la ausencia de cualquier tipo de sonido, pero cuando pensamos en un lugar silencioso, rara vez nos imaginamos esto, sino más bien un entorno en el que se dejan escuchar los sonidos más suaves de la naturaleza. Es el ruido intenso producido por la actividad humana de lo que queremos alejarnos cuando buscamos paz y tranquilidad. Los entornos naturales están llenos de sonidos, mucho más suaves pero importantes para conectar con ellos, pero los ruidos fuertes los bloquean y no nos permiten escuchar sonidos más agradables y tenues, la “música de la naturaleza”.

La quietud no es la ausencia total de sonido, sino más bien la atenuación del ruido humano. La naturaleza también tiene sonidos, más débiles y significativos: el batir de las alas de un murciélago, el canto de las golondrinas, el rumor de la hierba sobre las dunas o las olas sobre la playa.

Gordon Hempton, ecólogo acústico y cofundador de Quiet Parks.

Ciertas investigaciones han concluido que pasar tiempo en lugares silenciosos en plena naturaleza tiene innumerables beneficios: nos ayudan a reflexionar, a procesar emociones, a reducir el estrés e incluso a desarrollar la creatividad.

Pero ¿dónde podemos encontrar estos lugares tan apacibles? ¿Qué nos espera en ellos? La revista especializada en viajes Condé Nast Traveler planteó estas cuestiones a sus reporteros y expertos de todo el mundo y resultó que, aunque su existencia esté amenazada, aún quedan lugares silenciosos por todas partes.

Algunos requieren viajes más largos, como Wadi Rum en Jordania, el Parque Nacional Glacier Bay en Alaska o la Reserva Dark Sky en el lago Takapō en Nueva Zelanda. Otros son pequeños remansos de serenidad muy cerca de nosotros, como el Parque Natural Arribes del Duero (España) / Parque Natural do Douro Internacional (Portugal).

“La verdadera paz se encuentra en los lugares silvestres, lejos de las obligaciones humanas. Se empieza a escuchar la voz interior propia”.

Wendell Berry, novelista y activista medioambiental.

Son lugares perfectos en los que desconectar del ajetreo del día a día y dejar espacio para los sonidos naturales, desde el canto de los pájaros hasta el crujido de los glaciares. Nuestros pensamientos también afloran al liberarse de los estímulos constantes de una vida hiperconectada. Es en esos momentos en los que se percibe un ritmo lento y poderoso que al principio cuesta entender, una especie de vibración cósmica que, a veces, te acompaña incluso después de haberte marchado.

Un anfiteatro tallado por la fuerza del río Duero

El Parque Natural do Douro Internacional se extiende a lo largo de los cursos fronterizos de los ríos Duero y Águeda y de varias zonas de planicie limítrofes pertenecientes a cuatro municipios (35 freguesías) portugueses. Del lado español tiene su correspondencia en el Parque Natural Arribes del Duero, que comprende 37 municipios de dos provincias rayanas de Castilla y León, llegando a totalizar ambos espacios 191.255 ha de superficie protegida (85.150 ha en la parte portuguesa, 106.105 ha en la parte española), una de las mayores de Europa.

Arribes del Duero es una maravilla natural a caballo entre Portugal y España, un lugar donde desconectar del mundo, que ha sido recientemente coronada por Condé Nast Traveler como uno de los 50 lugares más tranquilos del planeta.

Arribes del Duero se extiende a lo largo de una franja de más de 1.000 kilómetros cuadrados entre las provincias de Zamora y Salamanca, delimitando ambas con Portugal. Se trata de un escarpado valle, entre el Duero y sus afluentes de la margen izquierda, de hasta 400 metros de desnivel, lo que facilita la existencia de un microclima particular al encontrarse en un espacio resguardado del viento. Este particular régimen climático de tipo mediterraneo-subcontinental se observa también en la margen derecha, del lado portugués, donde el Douro Internacional se localiza entre las regiones transmontanas de Terra Fria y Terra Quente, comprendiendo varios cursos fluviales fuertemente encajados en la planicie meseteña.

El silencio resuena en los Arribes del Duero, creando una frontera natural entre España y Portugal repleta de acantilados, gargantas y cascadas. 

Esta comarca natural ligada al encajonamiento del río Duero en el granito, frontera natural entre España y Portugal, está protegida bajo diversas figuras (parque natural, zona de especial protección para las aves, zona especial de conservación y reserva de la biosfera) para preservar el nivel de conservación de sus ecosistemas naturales y valores paisajísticos en armonía con los usos, derechos y aprovechamientos tradicionales y con la realización de actividades educativas, científicas, culturales, recreativas, turísticas o socioeconómicas compatibles.

Arribes del Duero es más que paisaje y silencio. Es un tesoro de biodiversidad: más de 170 especies de aves (que incluyen la rara cigüeña negra y el águila real), nutrias jugando en sus afluentes y una flora que va desde la jara hasta el romero.

En 1998, el Gobierno portugués incluyó este territorio en su red de espacios naturales protegidos con la denominación de parque natural do Douro Internacional. La orilla española, fue protegida cuatro años más tarde por la Junta de Castilla y León, con el nombre de parque natural de Arribes del Duero. Ambos espacios están también catalogados, casi con la misma extensión, como Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) y Zona Especial de Conservación (ZEC), del proyecto europeo Red Natura 2000.

Un silencio que cambia con las estaciones (por David Moralejo)

El silencio retumba en los Arribes del Duero, allá donde el Duero se convierte en Douro y crea una frontera natural entre España y Portugal cuajada de acantilados, cañones y cascadas, salpicada por diminutas aldeas y coloreada en gris y verde gracias a sus peñascos graníticos y una imponente flora mediterránea. Me escapo a los Arribes siempre que puedo, unas mil veces habré ido ya y, de todos sus silencios, no sabría cuál elegir.

El del otoño, cuando, tras la vendimia –sus vinos de viticultura heroica te enmudecerán–, todo se torna dorado, olivos, morales, granados y naranjos aguardan la cosecha y los atardeceres son de fuego, tan alucinantes como una postal de África.

El del invierno, cuando la niebla y sus cencelladas dibujan un paisaje que estremece, la quietud se apodera aún más de sus pueblos y la lumbre hierve guisos populares: las patatas revolconas, el arroz a la zamorana con carnes de matanza, los cangrejos de río. 

El de la primavera, cuando la explosión floral lo cubre todo de mil colores –retamas blancas y amarillas, cantuesos, jazmines y serapias– y el agua de arroyos y cascadas interrumpe, ahora sí, la quietud.

El del verano, cuando apetece navegar en barco o en kayak por el majestuoso Duero, cuando refrescarse en algún regato de agua escondido es el plan, cuando la hora de la siesta cancelaría todo sonido si no fuese por las chicharras. Así es el ciclo de la vida, y del silencio, en uno de los lugares con menor densidad población de Europa, menor incluso que Laponia. 

PUBLICADO ORIGINALMENTE por www.traveler.es.

IMAGEN: Río Duero a su paso por Mieza (Salamanca), desde el panorámico Mirador de la Code, en el parque natural de Arribes del Duero. (FOTO: www.viajealpaladar.es)

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